Las ironías de un conflicto

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Entre muchos de los anhelos que tiene cualquier sociedad, uno muy relevante se relaciona con la posibilidad de contar con verdaderos líderes que ocupen las diferentes posiciones de la administración pública. Profesionales bien formados, con carácter y talento, o personas que gocen de credibilidad entre sus conciudadanos, pero sobre todo, seres que tengan la independencia suficiente para poder actuar con objetividad e imparcialidad. Un estereotipo de ciudadano diferente.
Reconozco que con tantos requisitos la tarea de encontrar perfiles que cumplan con estas características suele convertirse en una labor bien difícil, máxime cuando la sensación generalizada es que a estos cargos no llega el que más sabe sino el que más contactos tiene.
Muchos son los problemas y pocas las razones que encontramos para explicar por qué la dirigencia oficial colombiana no es precisamente bocatto di cardinali. Sin embargo que hayamos recurrido al peor de nuestros defectos históricos, como lo es el conflicto armado, y haberlo convertido en el mecanismo de selección de los cuadros directivos del ejecutivo y del legislativo, me parece a claras un yerro craso.
Es cierto que no contamos con un oráculo al cual consultar, un sanedrín para seleccionar o la olla de la pócima para extraer el talento humano adecuado, pero terminar en manos de víctimas y victimarios no creo que sea la mejor opción para dirigir una nación. Basta analizar solo cinco casos para entender este planteamiento:
Caso uno. Un candidato presidencial es asesinado en Soacha (Cundinamarca). Su jefe de campaña se convierte en Presidente de la República; su hijo mayor en Senador y el menor en Concejal de Bogotá.
Caso dos. Un Gobernador es secuestrado en Caicedo (Antioquia) y posteriormente asesinado en Urrao (Antioquia): Su hermano se convierte en Alcalde de Medellín y su viuda en Senadora de la República.
Caso tres. El padre de alguien es asesinado en 1983 a manos de las Farc y ese alguien se convierte en Presidente de Colombia para el período 2002- 2010.
Caso cuatro. Un Senador de la Unión Patriótica (UP) es asesinado en 1994 y hoy su hijo Iván es Representante a la Cámara por el Polo Democrático.
Caso cinco. Una mujer comanda un grupo armado ilegal que asesina centenares de personas en el oriente de Caldas y el Estado la legitima convirtiéndola en “gestora de paz”. ¿Quieren más?
No nos digamos mentiras. Cualquier agresión a la familia despierta en nosotros profundos sentimientos de ira y venganza, es decir, pecados capitales que el ser humano difícilmente olvida y menos cuando se le ha dado en suerte la posibilidad de hacer justicia.
Termino entonces mi reflexión con la siguiente pregunta: ¿cuál podrá ser la mirada objetiva de un dirigente cuando sabe que del otro lado de su escritorio se halla la persona que asesinó a su hijo, que lo despojó de la tierra, que lo secuestró y lo torturó, o que por su cuenta hoy es huérfano?
NOTA. No sería de extrañarse que Johan Estiven, el hijo del sargento Libio Martínez (q.e.p.d.) resulte candidato a la Gobernación de Nariño para el año 2024.

Fecha de publicación: 

Martes, Marzo 13, 2012