De la arrogancia a la colectividad...

Autor: 

Un tema que me interesa y me genera inquietud es cómo hacer para que como seres humanos seamos capaces de pasar de preocuparnos por satisfacer nuestro interés particular a ocuparnos de manera genuina por la construcción de un propósito colectivo. Y no solo en el papel sino en nuestro comportamiento cotidiano.
Como organizaciones construimos visiones y planes para que todos los colaboradores tengan claro hacia dónde enfocar sus esfuerzos; y dado que, en las organizaciones lo que dice el jefe es lo que se hace, diríamos que los planes en el papel funcionan relativamente bien, aunque de todos modos es necesario acompañar la implementación con ejercicios de entendimiento, apropiación y capacitación para que las personas desarrollen las competencias que les permitirán contribuir de manera exitosa al logro de los resultados.
Como personas es probable que, en la mayoría de los casos, no tengamos un proyecto de vida, porque en primer lugar no sacamos el tiempo para soñar e identificar qué queremos y cómo lo vamos a lograr y muchas veces nos damos cuenta que por no haber hecho un alto en el camino y preguntarnos qué queríamos, llegamos al lugar equivocado. Y claro, hay algunos muy organizados que se pasan la vida planeando y definiendo estrategias para conseguir lo que quieren. No sé si al final se sientan felices o no, pero al menos esto les permite seguir un plan.
Cuando pasamos del plano personal y organizacional al tema de comunidad el asunto es mucho más complejo, pues estamos hablando de ponernos de acuerdo entre personas, grupos e instituciones que piensan, valoran, se comportan, ven el mundo de manera diferente y eso está bien, eso es lo que enriquece y le da color a una sociedad, es lo que genera nuevas posibilidades.
El problema es que muchas veces, desde una perspectiva muy cuadriculada o muy cerrada de la vida, quisiéramos que todos pensaran como nosotros y cuando no es así, nuestra primera reacción es “como no coincide con mi forma de pensar debe estar equivocado” y hacemos todos los esfuerzos para convencer al otro que nosotros tenemos la razón; y además, muchas veces, cerramos cualquier posibilidad de que nos hagan planteamientos diferentes.
¿Cuántas oportunidades perdemos en la vida por no permitirnos mirar más allá de nuestra nariz y creer que tenemos la razón? ¿Qué clase de locura nos hace pensar que en un mundo con cerca de siete mil millones de habitantes nosotros tenemos la verdad y el resto están equivocados?
Y creo que aquí radica parte de la dificultad, sufrimos de una enfermedad muy complicada que se llama arrogancia: “yo sé y usted no sabe”, “yo soy mejor que usted”, “yo entiendo”, “yo puedo”. Desde este lugar cerramos cualquier posibilidad de construir con el otro, porque empezamos por pararnos en un sitio de superioridad que nos impide ver al otro en toda su dimensión, porque ponemos una barrera para escuchar y valorar lo que nos puede aportar.
Construir desde lo colectivo es una tarea que empieza por revisar desde dónde me aproximo al otro, no importa cuánta academia tengamos, cuánta experiencia hayamos acumulado, cuántos títulos nobiliarios tengamos; el proceso empieza por reconocer que hay otros que ven el mundo desde un sitio diferente y que su mirada aporta y nos permite mejorar la forma en que percibimos la realidad.
Si aceptamos este primer paso, el siguiente sería aprender a quedarnos en silencio. No siempre es necesario que demos nuestras brillantes opiniones, que muchas veces son solo eso, opiniones sin ningún soporte; y no solo se trata de dejar de hablar, el esfuerzo va un poco más allá, es una invitación a suspender nuestros juicios sobre lo que observamos o lo que escuchamos, para que, con una mente abierta y un corazón limpio podamos entender y valorar lo que aparece nuevo ante nuestros ojos.
Hasta aquí solo nos hemos dispuesto a escuchar y entender al otro con sus diferencias, pero no es suficiente; para construir colectivamente necesitamos soltar nuestras expectativas sobre un resultado particular, de manera que podamos sorprendernos con lo que aparece y encontrar nuevos caminos y nuevos puntos de llegada. Cuando estamos aferrados a nuestros propios intereses y necesidades no es posible que nos aventuremos a recorrer un nuevo camino que, probablemente será complicado porque ya no estamos solos, vamos con otros que también tienen creencias y visiones particulares.
Tal vez en este punto usted esté pensando que es una invitación muy complicada y tiene razón, nadie dijo que construir con otros era fácil; si quiere puede mirar ejemplos de temas cercanos en los que haya tenido que avanzar y comprometerse con una causa: cuando escogió su pareja y decidió formar una familia, cuando se aventuró a crear una empresa, cuando se unió a un grupo de estudio, cuando decidió salir de vacaciones con sus amigos. Puede que su experiencia haya sido positiva o negativa, puede que el final de la historia sea feliz o triste; sin embargo, podría asegurar que de todo lo que haya sucedido le ha permitido aprender algo y eso hace que haya valido la pena.
Este sería el último elemento que quisiera mencionar, disfrutar el viaje. Si abordamos un proceso de construcción colectiva pensando que necesitamos llegar rápido a un resultado concreto probablemente vamos a sentir mucha frustración en el camino e inclusive nos vamos a perder la posibilidad de valorar otras ganancias que van apareciendo. El resultado es mejor y más rápido cuando somos capaces de disfrutar el proceso y valorar cada espacio de interacción que nos permite identificar nuevas formas de avanzar.
Y por supuesto, no olvidemos que para llegar a cualquier lugar primero necesitamos identificar lo que queremos lograr con el otro, determinar ese propósito fundamental que jalonará nuestro proceso y nos dará la motivación que se requiere para emprender un camino difícil.

Fecha de publicación: 

Miércoles, Marzo 14, 2012