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Acertará, querido lector, si une el título de esta columna con la novela inmortal de Emily Brontë. Porque la de Cartagena va a tener el mismo ímpetu, la misma furia desatada, el mismo conflicto emocional que inspiró a la mayor de las hermanas inglesas para escribir su única gran obra. Que para su gloria, basta.
Pero viniendo a lo nuestro, diremos que se está recogiendo el fruto de las malas semillas que el señor presidente Santos empezó a sembrar en su discurso de posesión. La idea de cambiar la política internacional del presidente Uribe, quién sabe con cuál consejo, para abrazarse con los dictadores de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Cuba, no fue lúcida.
Cuba no puede participar en la Cumbre, porque no es una democracia. En lugar de meterle al tema tanta retórica, basta con advertir que en ese país no hay elecciones; y que no hay elecciones porque no hay partidos, sino esa contradicción en los términos que llama el comunismo el Partido Único; y que no tiene prensa libre; y que mantiene presos políticos por el delito de opinión; y que los cubanos no son libres de salir y entrar de su país; y que no tiene libertad de empresa; y que no tiene sindicatos libres. En suma, Cuba es una dictadura comunista, como cualquiera lo sabe.
Puestas las cosas en ese punto, el esfuerzo al que se comprometió el presidente Santos para lograr que Cuba pudiera asistir a futuras cumbres, equivale a conseguir que los países de América renuncien a su vocación democrática, y dejen el asunto a la determinación de cada uno. No es posible, por supuesto. No tiene sentido, claro está, y menos lo tiene el que nos pongan a nosotros a conseguir semejante trofeo.
Como Cuba no viene, queda por saber si los países del Alba vendrán a o no. Si lo último, se le habrá deshecho a Santos todo lo que hizo hasta hoy en materia de política internacional. Y si lo primero, será de ver a qué cosa vienen. Si llegarán mansos y humildes, olvidados de su escándalo y su amor filial por los tiranos de la isla. Eso es, por supuesto, impensable. Correa y Chávez, si a éste se lo permite el cáncer, no perderán la ocasión para insultar al presidente Obama y a los gringos, culpables de todo lo malo que en esta América sucede.
Y eso lo sabrá Obama, y maldita la gana que tendrá de venir a Cartagena para ganarse una insultada de estos oscuros personajes. Lo que no tendría la menor importancia, si no estuviera en plena incandescencia la campaña electoral en los Estados Unidos. En ese contexto, lo último que le interesaría a su Presidente, en estos momentos, sería dejarse patear por los amigos de los Castro. Obama tendrá muy presente que Al Gore perdió la elección por un puñado de votos adversos en la Florida. Y los que se le vendrían encima serían algo más que un puñado. El exilio cubano no quiere aprender y mucho menos olvidar.
Pero no es todo. La señora Kirchner quiere un voto de favor de la Cumbre por la aspiración de la Argentina, tan legítima como se quiera, sobre las Malvinas. En lo que no tendrá el respaldo del Canadá y de los países antillanos que siguen siendo miembros de la Commonwealth. Y de los Estados Unidos, aliados irreductibles de Inglaterra. Dos guerras mundiales son buenas testigos del aserto.
Y como si fuera poco, ahora quiere el presidente Santos poner sobre la mesa la discusión sobre la legalización de la droga. Que es otra estocada al ojo de Filipo. Porque se trata, evidentemente, de revivir la vieja acusación a los consumidores de ser los culpables de la tragedia que por su culpa viven los países productores. En lo que probablemente tengan mucha razón estos países. Pero que tampoco es rentable para Obama, candidato por segunda vez a la Presidencia.
Valga lo dicho para preguntarnos, con toda la ingenuidad del mundo, si con semejante elenco de estrellas participantes y semejante temario, al Presidente de los Estados Unidos le seguirá interesando la Cumbre. Esa Cumbre Borrascosa donde parece naufragar la débil barquilla de la diplomacia colombiana.